No sabía qué me daba más miedo, si estar cerca de un policía o verlos patrullando por las calles cuidándose entre sí. Hasta entonces, Tijuana estaba pasando por lo que se consideraba como el año más violento. Era común ver patrullas (tipo pick ups), con más de seis policías parados en la parte trasera, agarrados del tubo que utilizan para esposar a quienes logran aprehender. En Tijuana, puedo decir que, cuando llegué a ver que llevaban a alguien esposado en estos tubos, sus características eran más de migrantes que de delincuentes. No hay que perder de vista que esta ciudad fronteriza ha sido reconocida como la más dinámica, por lo que es muy común ver peatones que transitan por sus calles con la intención de cruzar la frontera hacia Estados Unidos. Así que puedes llegar a ver a nómadas de distintos países de centro y sudamérica, no sólo mexicanos de otros estados, sobre todo del sur del país.
Las víctimas de los primeros homicidios que presenciamos a través de los medios de comunicación eran policías. Para mí la forma en que fueron asesinados, sumado a los narcomensajes y advertencias que algunos tenían sobre sus cuerpos inertes, era la clara evidencia de su involucramiento con el crimen organizado, aunque para sus familias pudo ser una señal del riesgo al que ellos se enfrentaban en una ciudad como Tijuana, donde el crimen organizado y las grandes mafias, empezando por Al Capone, sobre todo en la época de la “Ley seca” en Estados Unidos, le han dado vida y rumbo a esta ciudad fronteriza.
En los días donde se desató la violencia, veías a las patrullas de un lado a otro, iban por las calles y avenidas principales paseándose de dos en dos. Era absurda la escena. Policías cuidando a policías. ¿Y los ciudadanos? ¿Quién nos cuidaba a nosotros?
La situación que vivimos orillaba a aislarse de la realidad, los que pudieron salieron y se mudaron a otra localidad, otros, como yo, que no vimos la huída como una opción, nos quedamos a padecer lo que se estaba volviendo cotidiano: encabezados que anunciaban el número de muertos en lugar del tipo de cambio entre peso y dólar. Sin duda, el miedo puede provocar dos situaciones opuestas: o te paraliza o te hace reaccionar. Muchos de los que se quedaron pero se paralizaron, optaron por auto imponerse un toque de queda. Pocos fuimos los que no permitimos poner en toque de queda nuestro sueño de rescatar un estilo de vida menos caótico. Fue así como poco a poco se vio la transformación de las calles. Los artistas plásticos, grafiteros y muralistas, fueron los primeros en reapropiarse de las calles, poco a poco surgieron otros movimientos y organizaciones que se sumaron en la clara convicción de rescatar las calles de esta histórica ciudad de vida nocturna.
Yo estaba decidida a hacer algo. No tenía claro qué, pero en ese momento pensé que al menos podía contribuir a mejorar la convivencia ciudadana, cuidando y embelleciendo la ciudad. Estar estudiando el posgrado en ciencias económicas me hacía sentir muy alejada de una realidad que yo me creí capaz de cambiar, al menos en una proporción, pues seguía pensando que las cosas no pasaban no porque no hubiera idea de qué hacer para solucionar los problemas o necesidades sociales. Mi frustración se agudizó al querer acudir a la teoría y darme cuenta de lo distinta que es a la realidad, por un lado la frustración de ver que todo lo que aprendí no parecía contribuir a mi formación, al tiempo que no lograba encontrar información que me hiciera entender cómo abordar una situación similar. Sentí que el tiempo dedicado al posgrado poco aportaba al desarrollo de mis habilidades para resolver los problemas sociales que estábamos enfrentando.
Iniciar con un “proyecto” que creía posible se fue convirtiendo en mi día a día. No sé de dónde salió tanta lucidez para imaginarme un futuro tan claro que lo sentí alcanzable en poco tiempo. Probablemente en ese momento supuse que, como yo, todos deseábamos un contexto mejor y que no lograrlo era más por falta de ideas que por falta de capacidad para hacer realidad un plan. Era más inocente que hoy, lo sé. Hoy me da ternura la Daniela de hace 9 años.
Triste y esperanzadora situación con la que me topé. Por un lado recibí, una y otra vez, “cachetadas de realidad” que me llevaron a entender muchas cosas que ingenuamente no había considerado: servidores públicos que están muy lejos de hacer honor a la palabra servidor, pocos con voluntad de hacer, los menos con la claridad de lo que implica su responsabilidad y el resto, la mayoría, con el puro interés de mantener una plaza. Esto no debió sorprenderme mucho, pues en la universidad participé en una investigación sobre la conformación y capacidad institucional del ayuntamiento, donde terminamos evidenciando una cantidad inimaginable de “avioneros” (estos personajes que por favores políticos, o de cualquier otra índole, cobran puntualmente un salario sin tener la obligación de aparecerse en la oficina). Creo que en ese entonces no dimensioné la gravedad, sólo me pareció una novedad.
Mientras fui testigo de cómo, poco a poco, algunos hicimos parte de nuestra rutina el toque de queda autoimpuesto (imagina que vas a la tienda en plena luz del día y regresas corriendo porque de repente estabas en un fuego cruzado. En más de una ocasión llegué a tirarme al piso boca abajo cuando llegaba a escuchar balazos. ) Sin embargo, también descubrí lo que parecía un mundo paralelo. En esta realidad paralela me encontré con ciudadanos, algunos de ellos conocidos, que procuraron hacer algo para devolverle la vida a Tijuana y embellecer su imagen. A partir de 2007 surgieron varios movimientos sociales, muchos de ellos impulsados por jóvenes, como yo en ese entonces, que desde su interés de involucrarse en reestablecer la convivencia ciudadana en espacios públicos, formalizaron organizaciones civiles para impulsar la participación ciudadana.
Si bien la estábamos pasando mal por la inseguridad y la violencia que se desató en la ciudad, la ilusión de rescatar la tranquilidad del pasado nos hizo coincidir. Por eso creo que la magia en esta vida está en coincidir (en tiempo, intención y espacio). A los que no nos paralizó el miedo que despertaban las noticias, los sonidos de fuegos entre cruzados a distintas horas del día y en distintos puntos de la ciudad, ni los narcomensajes colgados en los puentes, hicimos lo posible por rescatar el espíritu de la ciudad. Quienes nos quedamos, sobrevivimos bajo la lógica de “adaptarse o morir”. Para mí, un problema de basura en la ciudad fue “la gota que derramó el vaso”. Para otros, la imposibilidad de poder mantener un determinado estilo de vida.
Recuerdo estos tiempos como un sueño, una nebulosa, difusos en la memoria. La sensación de vivir alejada de la realidad por no tener claro si lo que yo sentía era una exageración mía o simplemente había normalizado muchas de las cosas que no debían suceder, situaciones que se desprenden de vivir en un contexto donde las lógicas obedecen al interés del narco: narcoviolencia, trata de personas, secuestros, corrupción, impunidad, etc.. Características que muchos le atribuimos a un Narco Estado. Desde entonces, y sobre todo en esos años, mis fotografías de primaria y secundaria se convirtieron en la evidencia de los que ya no están. El crimen organizado logró cooptar a varios conocidos, algunos de ellos amigos.
A pesar de mi claridad y mi intención, confieso que hace 9 años escribí algo que no he logrado alcanzar. Hasta hoy, la mayoría sigue siendo un sueño en proceso de ser materializado, pero a finales de 2007 logré formalizar Fundación que Transforma, fue entonces cuando inició mi travesía, poniendo a prueba mi convicción de involucrarme activamente en hacer que las cosas fueran diferentes. La tranquilidad llegó cuando me di cuenta que no era la única, la felicidad cuando sentí que todos estábamos dispuestos a coordinarnos y fortalecernos. Ahí sí puedo decir que nos convertimos en sociedad civil organizada.
P.V. Daniela Sepulveda.
Fotos. Daniela Sepulveda.
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