No es competencia del Estado creer o no en Dios o en Dioses, tampoco es su competencia exigir que las personas vivan como cristianos, budistas, judíos, musulmanes o cualquier otra religión. Cuando nací me bautizaron en la iglesia católica, no me consultaron si quería eso.
Estudié en colegio católico un tiempo y tuve que hacer la primera comunión. Durante años creí que era mi obligación ser católica. Durante años los preceptos católicos me confundieron y me hicieron entrar en crisis existencial porque veía constantemente sus contradicciones y eso me afectaba como mujer, pues para esa doctrina, así como las demás religiones abrahámicas (cristianismo, islamismo y judaísmo), yo no soy un ser libre, al contrario, debo sujetarme a la voluntad de los hombres. Eso, para mí, fue y es una tremenda injusticia.
Crecí viendo a mujeres mantener sus hogares y educar a sus hijos solas, mientras los maridos o exmaridos/parejas nada hacían, pero ellos eran los coronados, los ídolos. Crecí viendo que soy tan capaz como un hombre de ejecutar diversas tareas, incluso estudiar y dedicarme a mi carrera, la Filosofía. Pero la religión, más específicamente, la Biblia, me decía que yo no
podía. Crecí con vergüenza de menstruar y no sabía por qué, recién descubrí el motivo al leer el Antiguo Testamento. Crecí creyendo que debería casarme para ser mantenida por un hombre que tenía el permiso de serme infiel.
Cuando me divorcié de la religión y vi que ella no es condición única y suficiente para hacerme una buena persona, mi vida dio un salto positivo. Me di cuenta también que una cosa es lo que dicen los libros sagrados que cargan costumbres de hace más de dos mil años, y otra cosa muy distinta es la fe. Que creer en la Biblia no es lo mismo que creer en Dios. Me di cuenta que no tengo que sujetarme a ningún hombre para ser feliz; que lo que quiero es encontrar un hombre que comparta conmigo todo: la educación de los hijos, las cuentas de la casa, las tareas domésticas, la cocina y la cama. Un hombre que no crea que soy su
propiedad, que me vea como soy, una persona libre, autónoma, de la misma manera que yo lo miraré a él. Un hombre que no me golpee o me obligue a tener relaciones sexuales con él solo porque soy su esposa y algún libro justifica ese tipo de violencia contra mí. Me di cuenta que las personas son diferentes entre sí, piensan diferente, tienen intereses diferentes y es mi
deber respetarlas y luchar para que todos seamos incluidos en esa sociedad a través de los derechos garantizados por el Estado. Me dí cuenta que por más que a mí no me haga bien la religión o que no me gusten las religiones en general, sea ella cual fuere, no implica en que yo deba exigir que las personas pierdan su derecho de seguir a una o de creer en Dios, Dioses o Diosas. Me di cuenta que las personas que son homoafectivas, biafectivas, transexuales, travestis, son tan capaces como yo de ejecutar cualquier actividad intelectual, cultural, técnica, política; que su orientación sexual o identidad de género no tiene nada que ver con sus talentos, intelecto, proyecto de vida, etc. Que de la misma manera que soy heterosexual, hay quienes no lo son, y no tengo porque imponerles que sean heterosexuales como yo. Yo no elegí ser heterosexual, ellos tampoco.
Así como nadie tiene el derecho de imponerme a creer en Dios o unicornios, yo tampoco tengo el derecho de impedirles que crean. Es por eso que el Estado tiene el papel de permitirnos, y no obligarnos, a que podamos elegir, cuando es el caso de elegir, qué plan de vida vivir; y de ser, cuando es el caso de ser quienes somos.
El hecho que el Estado permita que parejas homoafectivas se casen civilmente no afecta en nada a las religiones y ni a quienes las profesan, pues una cosa es el matrimonio civil y otra cosa el religioso. El hecho de que el Estado permita que las personas homoafectivas adopten no impide que los heterosexuales adopten. Uno de los argumentos de aquellos contrarios a la
adopción de niños por parejas homoafectivas es que supuestamente los niños serán expuestos a casos de violencia y abusos. Tremenda falacia. Vale destacar que la violencia contra niños es muchísimo más recurrente en familias heterosexuales. Ser heterosexual no es garantía de corrección moral imparcial, así como ser religioso tampoco lo es.
El hecho de que el Estado permita que las personas transexuales cambien su nombre social no impide que los religiosos mantengan los suyos. Esas leyes no prohíben en nada el ejercicio de la ciudadanía de los religiosos. Tener empatía, últimamente, parece ser condición necesaria para convivir con lo diverso. Es la empatía uno de los sentimientos que nos
permiten ver más allá de nuestro ombligo.
El hecho de que el Estado permita que mujeres aborten, no obliga a las que no lo desean a hacerlo. Está apenas reconociendo un hecho y sabe que independiente de nuestra voluntad o creencias, algunas mujeres, en algunas situaciones, abortarán.
La máxima cristiana que dice “amaos los unos a los otros” es demasiado exigente, sin embargo, todos somos capaces de admitir que deberíamos, por lo menos en tesis, respetarnos los unos a los otros. Podemos no estar de acuerdo con muchas cosas, pero
deberíamos estar de acuerdo en que el Estado tiene que permitirnos regir nuestras vidas según nuestras convicciones. El requisito mínimo para que nuestras libertades no choquen entre sí, es el de no causar daño. Por lo tanto, acá no entran casos de pedofilia, homicidio, zoofilia, entre otros que siguen el mismo tipo de razonamiento.
Basar las leyes civiles en un libro religioso o en la noción de pecado no parece lo más apropiado cuando lidiamos con vidas tan distintas y con creencias tan diversas. No es mínimamente razonable. Si queremos y defendemos esa tal de democracia, tenemos que buscar leyes que cumplan con el requisito de imparcialidad, para que así ejerzamos de hecho nuestra tan anhelada libertad. Y convengamos, en ningún libro sagrado encontraremos imparcialidad, no nos olvidemos que al mismo tiempo que la Biblia ordena que respetemos a los demás, ella ordena que se mate o castigue a los “infieles”.
P.V. Camila Añez.